En su ensayo La edición como un género literario Roberto Calasso rompe con una
de las percepciones más absurdas y anacrónicas que se pueden tener del proceso
editorial. Él escribe: “los libros publicados por cierto editor podía
percibirse como eslabón de una misma cadena, o segmento de una serpiente de
libros, o fragmento de un solo libro compuesto de todos los libros publicados
por ese editor”. Calasso se refiere al
impresor italiano Aldo Manuzio, precursor del oficio editorial. Al remitirnos a
su figura, lo que nos quiere decir es que sí, un editor forma un libro pero la palabra formar
debe entenderse como una secuencia
de acciones que va desde elegir los textos, los títulos del catálogo, los
autores, las discusiones, los conflictos hasta planear estrategias de difusión,
los materiales de impresión, entre otros menesteres. Lo que Calasso nos dice es
que el editor también escribe, pero desde otras plataformas, combinando
lenguajes.
***
Al parecer muchos escritores —casi siempre los primerizos— tienen un conflicto muy animoso
con la figura del editor. Por un lado lo ven como un personaje indispensable
pues es el encargado de poner su escritura a la disposición de otros. Pero
también lo ven como una especie de plaga invasiva a la que deben combatir
constamente para evitar la “contaminación” de su estilo. Pienso que muchas
veces esta concepción paradójica de la relación editorial surge de la falta de
experiencia o de una mala concepción de cualesquiera de las dos posiciones
dentro del proceso de publicación. El editor no es una plaga ni un protagonista,
sino el puente que permitirá el ciclo comunicativo entre un artista y un
receptor. Es generoso, inteligente, pulcro en su trabajo. En todo caso, el
protagonista dentro del proceso editorial es el lector, siempre el lector.
***
Hace unos meses, Pictoline sacó una infografía
en la que hace una interpretación inexacta de un hermoso texto de Paul Auster
titulado I want to tell you a story,
publicado en The Guardian, en el 2006. Según Pictoline, Auster dice que “cada
libro es una colaboración única entre dos personas, un lector y un autor. Nadie
más”. Cierto es que en la fuente original Auster habla de esta relación intíma
que entabla el lector con el escritor en el espacio introspectivo de la lectura,
pero en ningún momento suelta una declaración tan tajante como “nadie más”. De
hacerlo estaría cayendo en una inexactitud: no puede existir libro sin un
proceso editorial y no puedo haber proceso editorial sin la comunidad. La relación
colaborativa entre el autor-lector que recalcan los autores de Pictoline
siempre estará atravesada por otras personas, por equipos de artistas que,
ciertamente, también dominan técnicas y tecnologías. La escritura puede hacerse
de manera solitaria, en el aislamiento de un cuarto o de un escritorio, pero la
edición se hace desde una polifonía donde se conjuntan ideologías, propuestas
visuales, materiales gráficos, detonadores de discusiones y textos.
***
Cuando entrevisté al editor mexicano Rodrigo
Castillo surgió un planteamiento muy
significativo: en los últimos años los escritores —los artistas en general— comenzaron a asumirse no sólo como creadores, sino
también como gestores. Son múltiples las razones por las cuales un artista se sale del
terreno romántico del proceso creativo para comenzar a conocer y dominar los
mecanismos para llevar su obra a otros niveles o para hacerla pública. Fotógrafos
que aprenden a montar exposiciones, pintores que también son curadores de
galerías, cineastas que diseñan estrategias para obtener recursos económicos y
escritores que se vuelven editores. Esta nueva postura frente a nuestras obras
de arte me parece fascinante porque nos da cierta libertad y movilidad. Esta
visión del artista-gestor, por ejemplo, ha hecho mucho bien a los distintos
grupos creativos que se mueven en Cuernavaca, que con o sin la colaboración de
las autoridades gubernamentales o instituciones privadas han echado adelante
sus proyectos artistícos logrando, en algunos casos, llegar a nuevos públicos. Sin
embargo, esta independencia y fuerza organizativa también significa una gran
responsabilidad. No por hacer ediciones independientes o autopublicaciones se
vale jugarle tretas al lector. Siempre debemos estar interesados en lo que
vamos a comunincar y cómo lo vamos a comunicar. No es justo para el oficio,
hacer libros sólo por las ganas de decir que somos editores. En la edición no
puede caber la arrogancia ni la pretensión.
****
En el El
arte nuevo de hacer libros Úlises Carrión sentencia con energía: “En el
arte viejo el escritor se cree inocente del libro real. Él escribe el texto. El
resto lo hacen los lacayos, los artesanos, los obreros, los otros. En el arte
nuevo la escritura del texto es sólo el primer eslabón en la cadena que va del
escritor al lector. En el arte nuevo el escritor asume la responsabilidad del
proceso entero”.
Un consejo constante en mis asesorías
editoriales es decirles a los autores que tomen la responsabilidad de sus
libros. Hacer una antología de cuento no sólo implica juntar todos los relatos
que escribimos durante un año, el orden editorial también conforma discursos y
puede destruir o consolidar un proyecto. Los titulares que elegimos en una nota
de un medio digital dice mucha de nuestras posiciones ideológicas, porque de
ellas se construyen las líneas editoriales. Uno sabe de antemano a qué se
enfrentará cuando compra un ejemplar de Letras
Libres, Tierra Adentro o Voz de la Tribu porque los editores han
delineado a los autores que se encuentran en sus páginas. Por ello, la labor
del editor antes que ansias de protagonismo debe tener un gran sentido de la
responsabilidad comunicativa que implica su trabajo, pero esta responsabilidad no
la carga solo, la comparte con el autor quien debe estar siempre al pendiente
de la forma última de sus textos. Por que si no lo hiciera así, como apunta
Carrión, el escritor sólo estaría produciendo textos, no libros.
Comentarios
Publicar un comentario
A tender